Esta semana se ha cerrado con una sombra de duda sobre el aceite de girasol.
Parece que los aceites menos "nobles", como el de colza y el de girasol se llevan la peor parte, mientras que su hermano rico, el de oliva, sigue con su imagen inmaculada y con su precio de lujo asiático.
Según el Comité de Seguridad Alimentaria de AECOC, se entiende como trazabilidad aquellos procedimientos preestablecidos y autosuficientes que permiten conocer el histórico, la ubicación y la trayectoria de un producto o lote de productos a lo largo de la cadena de suministros en un momento dado, a través de unas herramientas determinadas.
Llevamos muchos años de retraso en trazabilidad, las empresas no se están anticipando, no invierten en ella porque lo ven como un gasto, y sólo se acuerdan de ella cuando un escándalo con un pequeño foco, acaba extendiéndose como una sombra de duda y como un incendio que puede arrasar toda su industria.
Un ejemplo es la crisis que hubo hace años con el salmón, de la cual todavía no se han recuperado. Personalmente, aunque no tengo una explicación racional, apenas tomo salmón desde la fecha. La historia hubiera sido muy diferente si las autoridades sanitarias y la industria hubieran tenido herramientas que generaran confianza en los consumidores, aislando de manera rápida el problema y evitando que se extendiera sin control el miedo, la reticencia y finalmente la negativa a consumirlo.
Años más tarde, esta semana, hemos visto dos ministros sin poder dar otra explicación que la recomendación de no consumir aceite de girasol hasta que se identifique la partida contaminada que venía de Ucrania.
La desconfianza aumenta a un ritmo mucho mayor que en la que se esclarecen los hechos, ¿qué hacemos con el aceite de nuestras casas?, y ¿cómo controlamos o sabemos si me lo dan en un restaurante? Incluso una persona de la calle entrevistada decía que como venía de Ucrania, que el suyo por ser de marcas españolas lo podía tomar, ver para creer, cuando todavía no se había identificado nada.
El mundo es cada vez más global y esto ya no es como antiguamente, que comprábamos la leche, la carne o el pan en la tienda de la esquina, traídos por alguien de confianza y de la provincia, como muy lejos.
Las tecnologías están muy desarrolladas, ahora queda esperar a ver qué otros escándalos y sombras de duda hacen reaccionar a instituciones y empresas para aplicarlas. Claro, que a los consumidores no nos saldrá gratis.
El senderu del jilgueru
Hace 8 horas
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